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Sumisión química: la dudosa utilidad de los dispositivos para detectar drogas en la bebida

Por Pablo Prego Meleiro, Universidad Complutense de Madrid

Publicado: 03/10/2024 ·
08:24
· Actualizado: 03/10/2024 · 08:24

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  • Tapavasos que se repartirán en fiestas del Pilar
  • Los dispositivos citados se centran en el consumo involuntario, obviando que el alcohol es el principal involucrado

La violencia sexual mediante sumisión química no la ejercen solamente los agresores que administran drogas a víctimas de forma encubierta. Incluye también a quienes actúan de forma oportunista, aprovechándose de los efectos derivados del consumo voluntario de alcohol u otras sustancias por parte de las víctimas.

Sin embargo, el foco mediático sobre esta práctica está sesgado, mostrando exclusivamente casos de administración encubierta de drogas. La atención prestada a los dispositivos que las detectan en las bebidas es buen ejemplo de ello. Estos dispositivos simbolizan la hipertrofia de las medidas preventivas enfocadas en las víctimas.

Hablamos de violencia sexual facilitada por drogas cuando la agresión es perpetrada aprovechando la indefensión que producen los efectos de sustancias psicoactivas. Sumisión química es el término más empleado en el ámbito hispanohablante para describir este fenómeno. Ahora bien, debemos diferenciar entre dos tipos: la sumisión química proactiva y la sumisión química oportunista.

Dos caras de una moneda

Cuando escuchamos el término sumisión química, a menudo pensamos en su variante proactiva. Nos vienen a la mente casos en los que la víctima se encontraba bajo los efectos de drogas consumidas contra su voluntad. Drink-spiking es el término inglés para referirse a la adición en secreto de sustancias a una bebida.

Ahora bien, este tipo de casos representa tan solo una cara de la moneda. La otra es la sumisión química oportunista, conocida también como “vulnerabilidad química”. Comprende aquellos casos en los que la indefensión que aprovecha el perpetrador deriva del consumo voluntario de sustancias por parte de la víctima.

La evidencia científica en España y otros países indica que la sumisión química oportunista es la práctica mayoritaria en las agresiones sexuales facilitadas por drogas. Sin embargo, los estudios sobre la percepción social del problema reflejan que predomina la falsa creencia de que las agresiones proactivas son mayoritarias.

Enfoque mediático sesgado

Desde los medios de comunicación, las noticias sobre sumisión química se centran en la variante proactiva. Proporcionan una amplia cobertura mediática a casos como el de Dominique Pelicot, procesado por drogar a su esposa para que fuese violada por otros hombres.

En España, otro suceso famoso fue el del “falso chamán”, condenado por drogar contra su voluntad y agredir sexualmente a varias mujeres.

Y dentro de este sesgo comunicativo destaca la atención de los medios a dispositivos para detectar drogas. Este desenfoque sobredimensiona la sumisión química proactiva frente a la oportunista, alimentando una percepción social sesgada.

Del esmalte de uñas a la pulsera Centinela

Una de las primeras versiones de este tipo de detectores apareció en 2014, cuando un grupo de estudiantes de la Universidad de Carolina del Norte se propuso crear un esmalte de uñas capaz de alertar sobre la presencia de drogas en bebidas mediante un cambio de color. El resultado fue la comercialización de SipChip.

En España, un grupo de investigación de la Universitat de València desarrolló en 2021 el kit Nosum para identificar éxtasis líquido o GHB. Y recientemente, durante las últimas fiestas de San Fermín en Pamplona, se promovió la pulsera Centinela, que según sus creadores puede detectar más de una veintena de sustancias. Sin embargo, el planteamiento de tales iniciativas es cuestionable.

Responsabilidad sobre las víctimas

Estos dispositivos se suman a las medidas preventivas que presentan a las víctimas como responsables de evitar la agresión. Es decir, sitúan el foco de atención sobre ellas a costa de restar protagonismo al comportamiento de los agresores.

Al igual que los tapavasos antidroga, fomentan la prioridad de mantenerse alerta frente a intoxicaciones involuntarias, bajo la premisa de que existen herramientas para evitarlo. Esto aumenta la percepción social sobre la culpabilidad de la víctima ante la agresión.

Los dispositivos citados se centran en el consumo involuntario de sustancias como la burundanga o el GHB, obviando que el alcohol es el principal involucrado en agresiones sexuales con sumisión química. Así lo indican el Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses y estudios recientes en varios países.

Además, los resultados indicativos de que la bebida no ha sido adulterada podrían estimular un mayor consumo voluntario de alcohol u otras drogas. Esto es preocupante considerando que, como decíamos, predomina la sumisión química oportunista.

Un sesgo estigmatizante

El sobreenfoque mediático de la sumisión química proactiva margina las agresiones oportunistas, que no reciben suficiente atención. Esto conlleva un mayor sentimiento de incomprensión, culpa y vergüenza en víctimas cuya libertad se vio vulnerada tras el uso voluntario de sustancias. Sentimientos que son aún más intensos cuando se trata de drogas ilegales, y a los que se suman los estigmas habituales en casos de violencia sexual.

Frente a esta tendencia, los medios de comunicación deben evitar mensajes sesgados que sobredimensionen la sumisión química proactiva frente a la oportunista. La violencia es responsabilidad de la persona que la perpetra, no de quien la sufre.

Una buena educación afectivo-sexual es la mejor estrategia preventiva frente a la violencia sexual facilitada por drogas.The Conversation

Pablo Prego Meleiro, Farmacéutico epidemiólogo. Investigador y profesor en Dpto. Salud Pública y Materno-Infantil de la Universidad Complutense de Madrid, Universidad Complutense de Madrid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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