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Claves para conocer a Hezbolá, el azote de Irán a Israel desde el Líbano

Por Sergio García Magariño, Universidad Pública de Navarra

Publicado: 20/09/2024 ·
09:56
· Actualizado: 20/09/2024 · 09:56

La naturaleza doble de Hezbolá –el Partido de Dios, en árabe– como organización política y milicia asentada en el Líbano es compleja. Implica una historia intensa de más de 40 años que comienza, aproximadamente, en 1982; una ideología en evolución; cierta base religiosa y unas alianzas, enemistades y objetivos estratégicos entreverados.

Hezbolá surgió de una urdimbre hilvanada por la guerra civil libanesa (1975-1990), la Revolución islámica iraní (1978), el impulso de clérigos chiitas, la denominada ocupación israelí de 1982 y las injerencias de Siria en el Líbano.

Tropas israelís en el Líbano durante la guerra de 1982. Michael Zarfati/Israeli Defence Forces

Inicialmente, la organización buscaba la expulsión de Israel del suelo libanés y la creación de un Estado Islámico en dicho país pero, tal como se abordará más adelante, esos objetivos fueron cambiando paulatinamente, salvo el de la “resistencia” frente a Israel.

En sus orígenes fue muy cruel. Sin embargo, a pesar de que en el Líbano opera como partido político, no ha cejado en su justificación del uso de la violencia como estrategia, especialmente en lo que respecta a la relación con Israel. Además, fue el único grupo que, tras la guerra civil libanesa, no se desmilitarizó, principalmente por el apoyo de Siria.

Por último, en todos estos años ha participado en operaciones militares fuera del Líbano tales como la guerra civil siria, apoyando a Bashar Al-Assad o en atentados terroristas que se le atribuyen en países como Argentina. Por ello, diferentes países occidentales y miembros de la Liga Árabe lo consideran un grupo terrorista.

Su ideología y el uso de la violencia

Hezbolá es un grupo islamista que plantea la posibilidad de introducir elementos del islam en la política, la gestión pública y la organización de la sociedad.

Los grupos islamistas modernos que buscan introducir en la política diferentes aspectos del islam se pueden dividir en tres categorías: los que justifican el uso de la violencia con fines políticos y abogan por establecer un Estado Islámico donde se aplique la sharía o ley islámica; los que respetan el juego democrático pero, si llegan al poder, no renuncian a intentar establecer un Estado Islámico, y los que respetan el juego democrático y, además, consideran la democracia el mejor sistema político, por lo que solo aspiran a mejorar la gestión pública de lo común.

Hezbolá ha ido oscilando desde la primera categoría hacia la tercera. En sus inicios justificaba el uso de la violencia para llegar al poder en el Líbano y establecer así un Estado Islámico. Después aceptó las reglas democráticas, sin renunciar a la posibilidad de establecer un Estado Islámico, pero no dejó las armas. Y, finalmente, al final de la primera década del siglo XXI, emitió un comunicado mediante el que decía renunciar al objetivo de establecer un Estado Islámico en el Líbano, aunque parece que mantiene aproximadamente 100 000 combatientes entrenados y militarizados.

Combatientes de Hezbolá con capuchas negras frente a una camioneta.

Combatientes de Hezbolá en el sur del Líbano, mayo de 2023. Tasnim News Agency/Wikimedia Commons, CC BY

En el Líbano conviven principalmente cristianos, musulmanes sunitas y musulmanes chiitas; siendo estos últimos minoritarios. Los chiitas eran representados políticamente por el movimiento chiita relativamente secular Amal. El éxito de la Revolución islámica de Irán, no obstante, mostró a los clérigos chiitas del Líbano una pauta política alternativa.

Así, entrenados y apoyados financieramente por Irán, dicha élite religiosa se organizó políticamente en la forma de Hezbolá. Desde entonces, Hezbolá sobresale como símbolo político de los chiitas del Líbano. Debido a su acción militar interior y exterior, así como a lo que se interpreta como gran heroicidad por haber hecho tablas en un enfrentamiento militar con Israel en 2006, Hezbolá tiene gran prestigio entre sectores islamistas, sunitas y chiitas.

Objetivos, alianzas y enemistades estratégicas

Tal y como he mencionado, Hezbolá comenzó aspirando a expulsar a los judíos del Líbano, a acabar con el Estado de Israel y a establecer un Estado Islámico en el Líbano inspirado en la República Islámica de Irán. Además, tanto la República Islámica de Irán como Siria no han dejado de apoyarle. De ahí que su presupuesto anual ronde los mil millones de dólares.

Dichos objetivos, no obstante, han evolucionado, particularmente por su mayor implicación en la política local del Líbano y su implicación en conflictos internacionales, tales como la guerra civil siria, en la que apoyan a Al-Assad.

Hassan Nasrallah mira a cámara con su mano derecha levantada

Hassan Nasrallah, actual secretario general de Hezbolá. Ali Khamenei/Wikimedia Commons, CC BY

A pesar de lo dicho, y simplificando un poco, se podría decir que los vectores de alianzas y enemistades estratégicas de Hezbolá se articulan alrededor de la oposición a Israel y Estados Unidos y del apoyo a Irán y Siria: quienes quieran ir en contra de Israel y EE. UU. son sus aliados y quienes apoyen a Irán y Siria, también; y viceversa, los amigos de los primeros y los enemigos de los últimos son sus adversarios.

El caso de Hamás ilustra bien este principio: en la lucha contra Israel es su aliado, pero en la guerra civil siria, su enemigo, puesto que Hamás se opone a Al-Assad.

En definitiva, Hezbolá es una organización fuertemente armada y empoderada compuesta por múltiples capas. No obstante, Israel le ha asestado dos duros golpes en los últimos días que van más allá del daño físico y material. Ha demostrado que se ha podido infiltrar en su corazón y que sigue estando a la vanguardia de la innovación tecnológica y de las estrategias de defensa. Sin embargo, estamos hablando de un león, herido, pero león; y los leones heridos son sumamente peligrosos.The Conversation

Sergio García Magariño, Investigador de I-Communitas, Institute for Advanced Social Research, Universidad Pública de Navarra

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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